Nº 41 PRIMER SEMESTRE – 2012 | Ningún mal dura cien años. Este puede ser el mensaje de esperanza que podría lanzarse a la población que sufre los efectos de la crisis. Cierto es que, mientras dura la crisis, más de uno se quedará en el camino.
La desesperanza no nos puede vencer. No es tiempo de desánimo sino de mucho trabajo y dedicación por parte de todos, en especial de los responsables de la gobernanza de la nación y de muchos altos directivos. Es un tiempo de rigor y de grandes valores éticos, para reemprender juntos, con solidez y planteamientos integradores, las tareas que nos conduzcan por la senda del bien común.
Son tiempos de preservar lo que con tanto esfuerzo nos ha costado conseguir: empleo, bienestar social, crecimiento, etc. Hoy, todos estos logros se ven amenazados por una crisis fundamentada en una gestión equivocada desde hace años, basada en actitudes derivadas de la soberbia, del egoísmo, de la intransigencia y, en gran medida, de la avaricia y de la codicia, en lugar de hacerlo en la generosidad, el buen gobierno y la solidaridad.
Una de las consecuencias más graves es la que afecta a la juventud, en nuestro caso, a los jóvenes geólogos que tienden al desánimo ante la incapacidad de nuestra sociedad para generar una nueva estructura económica capaz de crear puestos de trabajo y de desterrar la práctica egoísta e insolidaria de la especulación de unos pocos. Nuestros jóvenes son el porvenir de la sociedad. No podemos condenarles al desempleo y a la emigración, desestructurando familias y alejándose permanentemente de sus raíces. En enero de 2008, el número de colegiados en paro era de 153; hoy, ese número se ha duplicado.
Empiezan a ser legión los geólogos que hacen las maletas y emigran. Desde el Colegio anunciamos las oportunidades de empleo que se ofrecen fuera de España, y es Chile uno de los países que más demanda geólogos, sobre todo, para trabajos de minería. La publicidad del Colegio ha surgido su efecto y ya son varias decenas los que se han marchado para allá. También Canadá ofrece oportunidades para geólogos, pero la oferta es más selectiva. El 40% de los trabajadores de la industria de ese país se retiran en la próxima década y el mercado demandará 92.000 nuevos empleos. Cada vez hay menos nuevos alumnos en escuelas y facultades, lo que creará un déficit en el mercado laboral.
En cualquier caso, los geólogos jóvenes se van. Los que tenían empleo aquí lo están perdiendo. Todo el sector de la construcción e infraestructuras está tan ralentizado que casi nos atrevemos a decir que está desaparecido. La inversión pública ha decrecido tanto que las empresas constructoras también están ofertando obra fuera de España. Toda la joven generación de geólogos, que era el recambio generacional del sector, está difuminándose. La crisis va a cambiar ligeramente la tendencia en el empleo geológico, pero la generación del baby-boom se está retirando y no hay reemplazo. Solo se han necesitado cinco años de crisis (y los que quedan) para destruirla y, al menos veinte años para volver a tenerla. Ese es el drama que vivimos.
En una sociedad del conocimiento y la renovación como la actual, hay dos pilares fundamentales que se tienen que potenciar, a pesar de la crisis, si queremos mantener la esperanza en un futuro distinto, como son la educación y la investigación. Sin la primera, que es la base de la civilización, la sociedad no se renueva ni se organiza en una comunidad con los valores propios del desarrollo social. Hay que buscar la excelencia en la educación de los ciudadanos y evitar que una cuarta parte de nuestros estudiantes de Secundaria abandonen los estudios. Es inconcebible que los recursos educativos se vean reducidos, ya que son el combustible para la andadura del camino futuro y el motor de la transformación.
Sin la investigación, el progreso y la reforma no llegarán. En sociedades en crisis estructurales y sistémicas, como la que padecemos ahora en España y en Europa, el motor de la reforma está en el conocimiento. Los frenazos en los equipos de investigación retrasarán nuestra recuperación y lastrarán nuestra competitividad, factor este último que necesitamos urgentemente para la reconversión de nuestra estructura económica. España tiene un grave problema en el modelo de estructura económica. Somos un país de camareros (cada vez menos profesionales) y obreros de la construcción. Las neuronas no se pagan.
España vive una tensión social y económica muy importante. Esa tensión no se puede desbordar, y esperemos que se mantenga dentro de los cauces de la convivencia, y que las reivindicaciones se canalicen a través de actuaciones serenas y justas para, entre todos, acertar con las soluciones. Todo tiene un límite. No lo pongamos a prueba.