Autor: José Luis González García. Geólogo | En estos días de crisis de deuda soberana, volcanes y amenaza de una nueva recesión está de moda la figura del experto.

Otros son los expertos de disco rallado, que aburren porque siempre dicen lo mismo. También existen los expertos apocalípticos, también llamados expertos de destrucción masiva, que curiosamente contribuyen a la venta de periódicos.

Expertos son aquellos sabios que salen por la tele como buenos conocedores de lo que está pasando. Son los que interpretan los hechos, tranquilizan o, incluso, nos inquietan. Hay expertos de muchos tipos. Los hay que hacen pedagogía a los ciudadanos. Otros son los expertos de disco rallado, que aburren porque siempre dicen lo mismo. También existen los expertos apocalípticos, también llamados expertos de destrucción masiva, que curiosamente contribuyen a la venta de periódicos. Otra categoría es la de los expertos antialarmistas, empeñados en el difícil objetivo de tranquilizar a toda costa a la pobre ciudadanía asustada. Por último, están los falsos expertos, más conocidos como sabidillas, sabihondos o sabelotodos, porque intentan abarcar todos los campos del conocimiento y son más papistas que el papa.

Mis expertos favoritos siempre son los que hacen pedagogía. Por eso leo habitualmente a Krugman, Roubini o Ritholtz. Son de los pocos economistas que transmiten claramente que hasta que no purguemos la deuda tóxica del sistema financiero vamos a seguir en un lento y doloroso proceso de desapalancamiento.

Pero ahora que está de moda la crisis volcánica de El Hierro me gustaría descubrir a mis expertos favoritos en volcanología. Como en el caso de la economía, siempre prefiero leer a los que hacen pedagogía y transmiten con equilibrio y objetividad la evolución de la situación.

Me ha gustado la entrevista a Joan Martí, investigador del CSIC, que publica ABC.es. Es la primera vez, dice Martí, que en temas de volcanología somos capaces de registrar una actividad anómala desde el principio. Hoy por hoy no sabemos en qué va acabar, pero de momento se está vigilando perfectamente. Aunque provoque una preocupación lógica en la gente que vive en El Hierro, esto tiene un valor incalculable porque permite seguir todo el proceso. Sobre la situación actual en El Hierro, Martí dice que el magma siempre tiende a subir y presiona las rocas que lo envuelven. En este caso se está acumulando en la discontinuidad entre la corteza y el manto terrestre. La presión que ejerce produce sismicidad y también cierta deformación que vemos en superficie. En estos momentos, el magma está a la profundidad donde se encuentra desde el inicio de esta actividad anómala. Su profundidad no ha variado, simplemente parece que hay una migración lateral. Hay que esperar a si el magma tiende a acomodarse en esa situación de expansión lateral o, finalmente, encuentra un camino que le permita subir de forma vertical hacia zonas más superficiales.

También me han gustado las respuestas de José Luis Barrera, vicepresidente del ICOG, en antena3.com. A la pregunta de una internauta sobre las dimensiones que podría tener una erupción, Barrera dice que los antecedentes históricos de épocas cercanas (en los últimos 30.000 años) indican que las erupciones han sido siempre de tipo estromboliano, es decir, de una explosividad pequeña, una construcción de edificios volcánicos pequeños o medianos (de entre 100 y 200 metros de altura y diámetros menores de 500 metros) y con emisión de lavas. Los daños que puede ocasioner un tipo de erupción como estos es más bien pequeños a excepción de si salen en zonas pobladas o afectando a infraestructuras críticas.

En otro excelente artículo publicado en laopinion.es se recogen declaraciones de María José Blanco, directora del IGN en Canarias. Señala que se pueden hacer simulaciones de lo que podría ocurrir en caso de que se produjese una erupción, para que Protección Civil pudiera acotar la zona que se vería afectada por una erupción, que sería, insistió de baja explosividad, fisural, con incidencia pequeña espacialmente. Se trataría de una erupción de coladas que evolucionarían hacia cotas menores y la columna de ceniza sería baja, como máximo de dos o tres kilómetros.