Durante 2010, el Centro de Investigación sobre Epidemiología de Desastres (CRED) ha contabilizado 373 desastres naturales en el mundo. Estos desastres han producido 296.800 víctimas mortales y 208 millones de afectados. El coste ha ascendido a 110 mil millones de dólares.
Los desastres más mortíferos han sido el terremoto de Haití, con 225.500 víctimas mortales, y la ola de calor de Rusia, con 56.000 muertes.
En Europa, también hay que destacar la ocurrencia de otros eventos climáticos extremos, como la tormenta Xynthia (febrero de 2010), las fuertes inundaciones en Francia (febrero de 2010) y el temporal invernal que afectó a toda Europa en diciembre de 2010.
En Asia, los episodios más catastróficos han sido las inundaciones ocurridas en Pakistán, que afectaron a un quinto del territorio del país. Perdieron la vida 2.000 personas.
En términos económicos, los peores desastres del año 2010 han sido el terremoto de Chile (pérdidas de 30 mil millones de dólares), las inundaciones y aludes de China (18 mil millones de dólares), las inundaciones de Pakistán (9.5 mil millones de dólares y el terremoto de Haití (8 mil millones de dólares).
Durante el presente año, es posible que continúen produciéndose episodios meteorológicos extremos, como las lluvias torrenciales ocurridas en diciembre de 2010 en Queensland, Australia, que han estado asociadas con el fenómeno de La Niña, uno de los más intensos del último siglo, según ha informado la Organización Meteorológica Mundial.
Las tendencias observadas señalan que el impacto socioeconómico de los riesgos naturales va a continuar siendo muy alto en los próximos años. Cinco factores potencian este escenario: el aumento en la intensidad de los fenómenos meteorológicos y climáticos extremos, la degradación ambiental, el crecimiento de la población urbana, la vulnerabilidad de los asentamientos y la falta de una óptima gobernabilidad para reducir los riesgos.
Ante estas dificultades cobra importancia el concepto de resiliencia, conceptuado como la capacidad para reaccionar con efectividad y rapidez ante los efectos de los desastres. Para ello es preciso dotar a la sociedad de mayores fortalezas y promover que nuestras infraestructuras puedan seguir funcionando, incluso en situaciones extremas.