¡¡¡Terror en el afloramiento!!!

¿Quién piensa que el oficio de geólogo no entraña ries­gos?... a raíz de la llegada de "El Proyecto de la Bruja de Blair" a las carteleras españolas el autor del artículo eva­lúa, con cierta libertad, los múltiples imprevistos , en oca­siones peligrosos, que acechan a todo geólogo (o similar) en la realización de los trabajos de campo. Para ello aporta un detallado catálogo de peligros (bosques tenebrosos, casas malditas y/o abandonadas, pueblerinos linchadores, psicó­patas, asesinos, mutantes, animales salvajes y abducciones) con el que pretende reivindicar, irónicamente, una valora­ción adecuada ( sobre todo pecuniaria) del profesional geó­logo.

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El geólogo desarrolla gran parte de su labor profesional en el medio natural, conocido por  todos como el campo. Debe recordarse que el germen de esta actividad se encuentra en la Universidad, cuando se realizan numerosas excursiones para adquirir la experiencia y los conocimientos nece­sarios del entorno natural.

Es difícil imaginar alguna espe­cialidad de la geología que no con­temple la realización de estudios en espacios generalmente agrestes: car­tografía geológica, levantamiento de columnas estratigráficas, inventario de puntos de agua, toma de medidas piezométricas y muestreo, campañas de geofísica, evaluación de focos contaminantes, indicios metalogenéticos, recolección de fósiles, etc. To­das estas actividades obligan a permanecer bastante tiempo solos, o con poca compañía, en parajes poco fre­cuentados, bajo inclemencias clima­tológicas, a su vez en áreas escasa­mente pobladas.

Este aislamiento ayuda a la géne­sis de numerosas anécdotas laborales relacionadas con los lugares y sus moradores, ora simpáticas ora desa­gradables. Sin embargo, el cine, en su afán concienciador ha prevenido sobre la existencia de múltiples peligros que acechan en sitios tenebrosos, amenazadores, en casas de campo malditas, donde pueden ocultarse fie­ros animales y personajes de la peor calaña (psicópatas, asesinos, caníba­les, brujas y algún que otro alieníge­na).

De tales riesgos se pretende alertar a todos los geólogos, ya que aunque ha­bitualmente tras un afable rostro siempre hay una bella persona, en ocasiones puede albergar, por ejemplo, a la madre de Psicosis (A Hitchcock, 1960).

Lugares inhóspitos y paisajes amenazantes

La naturaleza puede resultar, a la par que bella, tremendamente hostil. Existen lugares extremos, de climato­logía espantosamente adversa, como los desiertos o los polos, cuya explora­ción ha resultado uno de los últimos retos de la humanidad en su propio planeta. Películas corno Scott en la antártida (Ch. Frie nd, 1948), reflejan las dificultades, a menudo mortales, que plantearon dichas aventuras; la cartografía de un remoto e inhóspito lugar  de la Siberia rusa da pie a  A. Kurosa wa para realizar una bella pelicula sobre la amistad (Dersu Uzala, 1975).

Pero existen otros parajes en los que su hostilidad no es asociable a la dureza climatológica; son lugares en los que subliminalmente uno se siente amenazado: sitios que dan miedo. Pe ­ ro ¿que es el miedo? Según el diccionario es la perturbación angustiosa del ánimo ante un peligro real o imaginario, presente o futuro. Una explicación ra­cional para el torrente de las aprensivas sensaciones padecidas por el observador puede hallarse en los albores de la humanidad, cuando cazadores y recolectores debían enfrentarse tanto a fenómenos que no comprendían y que atribuían a fuerzas sobrenaturales, como a depredadores ocultos en lugares donde no hay una visión total del entorno (corno bosques frondosos, relieves abruptos o el fondo de cañones) sin saber qué se podían encontrar al doblar el camino. Es, en definitiva, el miedo a lo desconocido.

image_009El proyecto de la Bruja de Blair (D. Myrick y E. Sanchez, 1999) es una de las películas que mejor ha reflejado esa impresión amenazante. Tiene la gran virtud de destilar este miedo bási­co, emanado de un entorno ignoto e in­tirnidador, que ya describiera Arthur Machen en sus relatos qué geólogo no ha sentido alguna vez una aversión inexplicable en algún paraje visitado? Esta película, sin embargo, despierta sentimientos encontradosen los aficio­nados, siendo alabada por unos y vitu­perada por otros. Dicha polaridad pue­ de deberse a la diferente percepción de los espectadores ante los hechos allí mostrados; así es posible que los amantes de la naturaleza y del excur­sionismo, junto a profestonales como los geólogos, sientan mayor angustia y desasosiego que un urbanita común, más habituado a las excelencias del transporte público y de las aglomera­ciones callejeras.

Este agobio emocional ha sido sa­biamente transmitido por los directo­res, incorporando al espectador a la trama de la película mediante la subje­tivización que supone rodar con una cámara al hombro; ello provoca al es­pectador la impresión de ser protago­nista de la cinta, siendo uno más de los que corre asustado y las imágenes del film aquello que ve. Deliberadamente se crea una sensación claustrofóbica, sin verse espacios abiertos o la línea del horizonte. Para ello emplean pla­nos bajos, del suelo, o bien planos ge­nerales de tupidos bosques. La sensa­ción de indefensión ante lo desconocido se ve acentuada en las escenas noctur­nas, magistralmente rodadas, cuando entre los personajes (espectador inclui­do) y el indeterminado peligro exterior, únicamente se encuentra la fina capa de tela de la tienda de campaña en la que se guarecen. ¿Qué geólogo no ha sentido desazón ante los ruidos nocturnos de un bosque, sobre todo si se encuentra acampado solo?

Otras películas ya se habían acer­cado a esta temática. Picnic en Han­ ging Rock (P. Weir, 1975) extraña pe­lícula australiana enmarcada a principios de siglo , relata la desapari­ción inexplicable de unas alumnas de merienda en un raro y perturbador pa­raje montañoso.  Esta idea fue recogida y actualizada en otra película austral, en la que la naturaleza de una playa so­litaria se hacía más amenazante Largo fin de semana (C. Eggleston, 1986). También la británica Los ojos del bos­que (J. Hough, 1980), combina una ex­traña fuerza intimidadora que proviene de un bosque con una vieja mansión.

Se alquilan maravillosas fincas rústicas: casas malditas, ruinosas o aisladas, excelentes vecinos

¿Quién no ha encontrado en sus recorridos geológicos, cartografías o inventarios de puntos de agua subte­rránea, casas lúgubres, a veces aban­donadas, que provocan algo más que un escalofrío? Estas edificaciones transmiten al observador una sensa­ción subliminal de inquie tud: algo o alguien puede estar acechando, oculto ahí detrás.

20471609-jpg-c_300_300_x-f_jpg-q_x-xxyxxAunque estas casas, generalmente segundas viviendas, lo único que con­tienen son muebles viejos y electrodo­mésticos de segunda mano, en ocasio­nes, según la cinematografía, pueden resultar una trampa letal, al encerrar al­gún tipo de maldición. Un grupo de domingueros llegan a una de estas aisladas casas en Posesión infernal (S. Raimi, 1982), invocando sin aper­cibirse una antigua maldición que va acabando con ellos uno a uno … y ori­ginando a dos secuelas más: Terrorí­ficamente muertos (1987) y El ejér­cito de las tinieblas (1993), ambas también dirigidas por Raimi.

El ejemplo nacional lo constituye Morbo (G. Suárez,1972), relato de las vicisitudes de una pareja formada por Víctor Manuel y Ana Belén, que eligen un lugar equivocado para acampar, jun­to a una casa con un terrible historial.

Las casas ruinosas y semiderruidas tampoco resultan lugares muy reco­mendables para pernoctar una noche, evocando, en algún momento, las le­yendas de Bécquer. Su deterioro, los escombros y la existencia de puntos cie­gos provoca una sensación de incomo­didad y aversión que impide una per­manencia prolongada en las mismas. En La matanza de Texas (T. Hooper, 1974), unos jóvenes dicharacheros visi­tan, antes de ser descuartizados, su antiguo hogar de infancia, allá en la campi­ña del  profundo  sur norteamericano, hallándolo ruinoso y lleno de extrañas figuritas colgantes elaboradas con hue­sos, antecedente directo de las inquie­tantes figuras colgadas de las ramas en el bosque de El proyecto de la Bruja de Blair (D. Myrick y E. Sánchez, 1999). Asimismo, la parte final de El Proyecto … tiene lugar en una escalo­friante casa abandonada, con extraños graffittis decorando las paredes, en lo más profundo del negro bosque.

Los Sin Nombre ( J. Balagueró, 1999) es una aterradora película cata­lana que postula la existencia de una secta cuyo fin es destilar el mal a tra­vés del dolor infringido a terceros para conseguir poder; dicha secta se oculta en edificios abandonados de la costa de Barcelona; sin embargo en esos pa­rajes lo más fácil es encontrar a inmi­grantes ilegales.

Leatmerface: ¿Quién le pide la hora?
Leatmerface: ¿Quién le pide la hora?

¿Y que se puede pensar de una ca­sa habitada y aislada en el campo? Ha­bitualmente unos encantadores vecinos te abren la puerta y son solícitos a la hora de proporcionarte información, siendo menos los casos en los que se tropieza con atractivas amas de casa tipo Los puentes de Madison (C. East­ wood, 1995), aunque según algunos colegas, es de lo más frecuente.

Sin embargo no se deben olvidar las enseñanzas de la sabiduría popular, como se refleja en el archiconocido cuento de Hansel y Gretel. La versión gore y tremebunda del mismo es La Matanza de Texas (T. Hooper, 1974) donde una encantadora familia de ma­tarifes en paro elaboran deliciosos em­butidos artesanales empleando como materia prima a los desprevenidos via­jeros de paso, empleando la motosie­rra, con una habilidad pasmosa, para el despiece de los mismos, vivos o muer­tos, siendo un consumado maestro de tal destreza uno de los hijos conocido co­mo Leatherface (Cara de Cuero). Y siempre tras el original surgen imita­dores, como los granjeros caníbales de Motel Hell (K. Lenoner, 1980). ¡Pero existe algo más peligroso! Llegar a un caserón solitario y convertirse en el ob­jeto de deseo de un científico alieníge­na travestido de corista llamado Dr. Frank’ n’ furter, cuyo máxima obse­sión es ¡crear al hombre perfecto! (para su propio placer); todo ello aconte­ce en The Rocky Horror Picture Show (J. Sharman, 1975) genial e irre­verente cult-movie donde las haya.

Y como consideración final, uno no debe, por mucho calor que tenga, colarse en casa ajena y tomar un baño en una solitaria piscina, porque podría acabar siendo colaborador involuntario de Misterios  sin resolver, como sucede a dos sabrosos excursionistas en Pira­ña (J. Dante, 1978).

El homus silvestris: manual del tratamiento a forasteros

Las relaciones entre el hombre de ciudad y el de campo, aunque simbió­ticas, siempre se han caracterizado por la desconfianza mutua, siendo éstas, relaciones amor-odio. Los de ciudad, además de acuñar cariñosos apelativos para definir a los campesinos (como garrulo, paleto o palurdo), han descon­fiado de éstos, atribuyéndoles una in­creíble capacidad de engaño, como muestra el revelador anuncio televisi­vo de fabada asturiana enlatada. De la misma manera, en los núcleos rurales también ha existido un cierto recelo hacia los forasteros, y es en este último colectivo, el de los foráneos, en el que puede englobarse al geólogo.

El geólogo, por necesidades del trabajo, necesita la colaboración con la gente del lugar. Esta es precisa para cartografiar en fincas privadas, instalar equipos de geofísica, inventariar o muestrear puntos de agua,… sin ella es posible que el trabajo se entorpezca e incluso no pueda salir adelante.

El cine ha mostrado generalmente las relaciones más tortuosas, aunque no por ello inciertas, con estas gentes. Bahía Negra (A. Mann, 1953) relata la instalación de la primera plataforma petrolera en alta mar, en las costas de Luisiana. Ello no resulta fácil, ya que James Stewart debe enfrentarse al mar, a un huracán y al esquivo petróleo, pe­ro sobre todo, a las reticencias de todo el pueblo pesquero. Estos sabotean los geofonos por miedo a perder los ban­cos de gambas ante las explosiones, provocan peleas tumultuarias con los peones y, como fin de fiesta, pretenden acabar con la instalación a causa de la boda de la hija de uno de ellos con el capataz de dicha plataforma sin el co­rrespondiente permiso paterno. Y es que, usualmente, los extraños tienen la culpa de todo, y si no pregunten a Spencer Tracy, que sobrevive milagro­ samente a un linchamiento y posterior incendio de la prisión en la que ha sido encerrado al ser confundido con un se­cuestrador infantil en la mordaz Furia (F. Lang, 1938). Mejor suerte no tie­nen los arqueólogos de El Tesoro (A. Mercero, 1988) en la que todo un pue­blo de la España profunda está obse­sionado con que los de la ciudad van a robarles sus tesoros.

Un malentendido puede causar bastantes quebraderos de cabeza; en La Presa (1981), del excelente artesa­no Walter Hill, unos soldados aficio­nados, pertenecientes a la Guardia Nacional se apropian de unas barcas en los pantanos de Luisiana, siendo caza­dos inmisericordemente por los luga­reños, haciendo del título original, Southern Comfort, un acertado ejer­cicio de ironía.

En ocasiones, en esas pequeñas poblaciones, tan idílicas y entraña­bles, podrían ocurrir espantosos he­chos como los padecidos por una pa­reja que tienen la desgracia de pasar por el pueblecito habitado por una secta de tiernos  infantes parricidas -Los chicos del maíz (F. Kiersch, 1984)- estando a punto de ser sacrificados a un extraño ser; o bien ser ata­cados por campesinos monstruosos Escóndete y tiembla (J. Hough, 1987). Sin embargo no es necesario atravesar las fronteras para encontrar inquietantes comunidades como la urbanización en las afueras de Madrid descrita en Descanse en piezas (J. R. Larraz, 1987) o niños  homicidas  co­mo en ¿Quién puede matar a un ni­ño? (N.T. Serrador , 1976). Sin embar­go  el  no-va-más  en  cuestión  de comunidades exóticas la forman los sociables hombres-lobo de Aullidos (J. Dante, 198 1), siempre dispuestos a incorporarte a la misma.

También existen ejemplos de inu­sitada violencia ¿Como calificar el brutal trato recibido por los protago­nistas de Deliverance (J. Boorman, 1972)? Unos excursionistas varones que descienden por un río en las mon­tañas Ozarks, son asaltados sexual­mente por un grupo de despreciables lugareños sociofóbicos, aficionados al francés (no idiomático) y nada recomendables de encontrar en una ducha. Tampoco la Dra. Fossey, bióloga espe­cialista en gorilas, tiene mejores rela­ciones con los nativos  africanos, a  tenor de los sustos que les da y de los que recibe(¿susto o muerte?)-Gorilas en la niebla (M . Apted, 1988).

A veces la realidad supera la ficción.
A veces la realidad supera la ficción.

Aunque parezcan exagerados al­gunos de los ejemplos mencionados, conviene no olvidar la polémica que ha rodeado las innumerables guerras del agua en muchos pueblos de Espa­ña, con eternas discusiones por la po­sesión y utilización de las aguas de tal o cual fuente o sondeo, o las discusio­nes suscitadas con todo lo relacionado con vertederos y cementerios de sus­tancias peligrosas, entre otros, y que suelen salpicar las noticias de muchos diarios de distribución regional y has­ta nacional.

Otro ejemplo fílmico de las rela­ciones nada aconsejables entre los ge­ólogos y los paisanos tiene lugar en Mararía (A. Betancor, 1998), am­bientada en Lanzarote y en la que a un vulcanólogo inglés le pierde su afición a ligar con lugareñas y, sobre todo, de dejar su martillo a mano de cualquier rival despechado; al menos el asesino, todo un respetable médico, tiene la de­licadeza de arrojar el cadáver y sus pertenencias a una fumarola, bello fin para un estudioso de los volcanes. En la Menorca del XVIll bajo domina­ción inglesa, un cartógrafo inglés, John Armstrong, es acuchillado al in­teresar se demasiado por una agraciada isleña en la no menos hermosa pelícu­la El vent de l’illa (G. Gormeza no, 1987).

La vicisitud de estos dos últimos casos (el geólogo y el cartógrafo) conduce a una reflexión: en ocasiones, cuando la duración del trabajo de cam­po se eterniza, el encontrarse demasiado tiempo fuera de casa puede llevar a sufrir una especie de confraternización cariñosa o síndrome de Estocolmo con los vecinos/vecinas del lugar. Así en El inglés que subió una colina pero bajo una montaña (C. Monger, 1995) se relatan, en clave de amable come­dia, los ímprobos esfuerzos realizados allá en 1917 por los habitantes de un pueblecito galés para que en una nue­va cartografía, su montaña no sea re­ducida a una vulgar colina. Para ello se valen de todas las estratagemas, inclu­yendo la seducción de uno de los cartógrafos ingleses por una moza del lu­gar. Otro ejemplo son las tres películas rodadas sobre la tragedia del Bounty: una tripulación inglesa arriba a una is­la paradisíaca del Pacífico en busca del árbol del pan, tras varios meses de estan­cia, el inevitable enamoramiento de las nativas se produce y ninguno quiere vol­ver a sus casas, estallando el  motín más famoso del cine Rebelión a bor­do (F. Llo yd, 1935) (L. Milestone, 1962), Motín a bordo (R. Donaldson, 1984).

21055500_20131106165551133-jpg-c_215_290_x-f_jpg-q_x-xxyxxPero si lo descrito anteriormente ocurre en lugares relativamente civili­zados, el riesgo y la sorpresa es mayor en rincones selváticos y olvida­ dos del mundo, en los que se descu­bren mamíferos desconocidos, ancia­nas ruinas y tribus aisladas – los reales Tasaday descubiertos en 1971 en Fili­pinas o los imaginarios de la segunda versión de King Kong (J. Guillermin, 1976).

Pero no todo es romanticismo y belleza en estos encuentros, ya que según los profesionales del cine, es muy fácil tropezar con tribus fieras (¿quien no recuerda los temibles ga­boni que se detenían a los pies de la cuasi inaccesible meseta del Mutia, en todas las películas de Tarzán?). Ade­más, los indígenas pueden tener cu­riosas costumbres, desde secuestrar niños de ingenieros a comerse directamente a los intrusos La Selva Es­ meralda (J. Boorman, 1985). Otros largometrajes que versan sobre esta especialidad rica, rica de la nouvelle cuisine son las italianas La montaña del Dios Caníbal (con una Ursula Andress bocata di cardinale) y Holocausto caníbal (1979) una cult-movie del cine de vísceras y mirones, muy popular en su momento y que fue promocionada como si se tratase de un documental veódico (¿les sue­na?). Y es que el genio humano, úni­co donde los haya, nunca detiene su creatividad en cualquier campo, des­de los nuevos ingredientes en la gas­tronomía al marketing. Cabe señalar en cuanto a canibalismo y antropofa­gia, que a mediados del siglo XX de­sapareció en las montañas de Nueva Guinea un antropólogo de una acau­dalada familia norteamericana ¿adivinan qué costumbres tienen los nativos que pretendía estudiar?

Cuidado: animales sueltos

Aunque cada vez lo parezca me­nos, multitud de animales de todo tipo  y condición rodean al geólogo en su la­bor campestre. Tal vez no resulta evi­dente, pero en muchos casos no se ha valorado convenientemente la peligro­sidad potencial.

Los invertebrados, aunque peque­ños, resultan en ocasiones letales: las arañas han sido desenmascaradas en reveladoras películas como Tarántu­ la (J. Cardos, 1977) o Aracnofobia (F. Marshall, 1991); no todas las hor­migas son como las de Bichos o Antz (1999) , algunas casi se comen a Charl­ ton Heston en Cuando ruge la mara­bunta (B.Haskin,1954) , y tampoco debe engañar la popularidad de la abe­ja Maya: en El enjambre (I. Allen 1976) gastan una mala leche inusual las amigas de Flip, el saltamontes.

Pero los vertebrados no se quedan a la zaga. El oscuro escritor británico Arthur Machen postulaba en su inquie­tante novela El Terror (1917) la posi­bilidad de que los animales, ante las guerras fratricidas de los humanos, se rebelaran para ser los nuevos reyes de la creación. Esta idea fue recogida por Hitchcock en su celebrada Los Pája­ros (1963). Sin embargo, los peligros que pueden acechar en el campo a to­do geólogo son más reales y el cine los ha analizado detenidamente. Los cai­manes – Eaten alive   (T.  Hooper, 1970)-, plagas de serpientes de casca­bel y anacondas – Anaconda (L. Llo­ sa, 1997)- no dejan en muy buen lugar a los reptiles; también existen mamífe­ros peligrosos en las campiñas, bos­ques y selvas del mundo: vaquillas, to­ros de lidia, osos, jabalíes, tigres y leones devoradores de hombres. Las molestias causadas por estos últimos son narradas con demasiada meticulo­sidad en Los demonios de la noche (S. Hopkins, 1996), historia de la acci­dentada construcción de un trazado fe­rroviario en Africa. En los bosques y montes de Europay América el animal fílmico peligroso por excelencia es el oso; aunque algunos resultan entraña­bles – El oso (J. J. Annaud, 1989), Jacky, el oso del bosque de Tallac o Yogi y su amigo Bubu- otros sin embargo resultan poco recomendables, como el aniquilador de turistas de Grizzly (D. Perlmutter, 1976) o el multado por beber agua rica en mercu­rio (merced a una compañía maderera poco ecológica) que ataca a todo quis­que ruidoso en los bosques de Profe­cía maldita (J. Frankenheimer, 1979). Los jabalíes tienen su sangrienta repre­sentación gracias a la australiana Ra­ zorback (R. Mulcahy, 1984) en la que un descomunal jabalí se come a todo aquel que se cruza en su camino o en la más clásica Con él llegó el escándalo (V. Minelli, 1960), en la que Robert Mitchum comprende qué es encontrar­se con un jabalí herido de muerte.

Pero de todos los vertebrados, el perro, el eterno amigo del hombre, ha resultado ser el principal peligro de los trabajadores del campo. Es tanta su po­pularidad que las acciones de estos pe­rros mordedores han llegado a las pá­ginas de la Prensa Rosa: el ataque sufrido por el hijo de una conocida pre­sentadora y de un ubicuo Conde. Des­graciadamente cada vez son más co­munes estos sucesos; la miríada de razas feroces, auténticos juegos mala­bares genéticos, favorecen el gran nú­mero de incidentes anónimos en cam­pos, pueblos y ciudades. A éstos debe añadirse las jaurías de perros abando­nados, los llamados cimarrones. Un claro ejemplo fílmico de ello lo supo­ ne el drama de la señora asediada por el perro rabioso de Cojo (L. Teague, 1983), los perros mutados de Man’s best friend (J. Lafia, 1993)o el perro poseído del telefilm El perro del in­fierno (C. Harrington, 1978). En oca­siones el entrenamiento especializado puede dar origen a aberraciones cani­nas, corno el perro que únicamente ata­ca negros en el último Sam Fuller (Pe­ rro   Blanco).  Tras  esta  reflexión
¿quién va a saltar una valla con el loa­ble propósito de reconocer un aflora­miento?

Por último recordar que también existe fauna desconocida, descubrién­dose de vez en cuando algún mamífe­ro que otro (como recientemente en Vietnam) ¿y por qué no atropellar un Pies Grandes en un bosque de Nortea­mérica?(Bigfoot y los Henderson; W. Dear, 1987).

La otra fauna salvaje: silvestres sobrevenidos, alienígenas, asesinos, veteranos del Vietnam, caníbales, mutantes, brujos, sectas y vampiros

No hace muchos años, en una comarca costera de la provincia de Barcelona, un inmigrante del Africa Negra, debido a problemas de sol­vencia y a la espera de un juicio, de­cidió irse a vivir a los bosques de una montaña próxima. Nadie se apercibió de ello, pero un día, sobresaltado, al­guien lo descubrió, y en poco tiempo el miedo fue sustituido por la curiosidad, llegando a ser una atracción turística de la zona, siendo buscado por los domingueros con sus 4 x 4. Valga esta anécdota para ilustrar el presente apartado; es posible encontrar en el deambular por el campo todo tipo de personajes pintorescos que han decidido trasladar su residencia a los bosques.

El personaje paradigmático es Tarzán, para unos el ingenuo salvaje y para otros la ejemplificación del concepto de anglosajón-ser-superior. Creado por Edgar Rice Burroughs (a su vez padre de otros aventureros hu­manos con sede en Marte o Venus), cambió el naturalismo de su primera novela por la pura aventura pulp de las siguientes, llegando Tarzán a conocer imperios olvidados, romanos, hombres-leopardo, etc. lnmortaliza­do por multitud de actores, desde el cine mudo a la más actual actualidad, es la eterna sorpresa que cualquier ex­plorador, naturalista o buscador de oro  puede encontrar  en la selva -Greystoke (H. Hudson , 198 4), El tesoro de Tarzán (R. Thorpe, 1941)­ siendo mejor toparse con él, que con cualquier japonés que piense que la II Guerra Mundial no ha terminado, o con algún marciano de aficiones cine­géticas, siendo Los humanos la especie a disminuir , como ocurre en Depre­dador (J. Me Tiernan, 1987).

¿Quién pasa aquí una noche solo?
¿Quién pasa aquí una noche solo?

Tarzán ha sido llevado al cine por norteamericanos, españoles e incluso turcos, siendo además versionado , co­piado o atribuyéndosele paternidades ignoradas; así se pueden encontrar a Bomba, Chanoc , Tarzak, Karzán, Thunda, Korak, Tarzana o Zambo entre otros. Sin duda  con tanto habi­tante selvático, el uso de lianas debe estar regulado por semáforos y los ele­fantes aparcados en doble fila.

El mito de Tarzán, el de un huma­no criado por animales salvajes, se ba­sa en hechos reales, como aquel niño encontrado en 1700 en los bosques de Francia y que dio origen a El Niño Salvaje (F. Truffaut, 1970). Otras pe­lículas que reflejan a estos tarzanes más reales es el Mowgli de El libro de la Selva, relato de R. Kipling llevado dos veces al cine (Z. Korda, 1942; S. Sommers, 1994) y una animada (W. Reitherman, 1967), siendo también po­sible toparse con Jodie Foster correte­ando por el bosque como sucede en Nell (M. Apted, 1994).

Asimismo algún paleontólogo puede tropezar en los Andes con alguien que dice ser descendiente de un experimento alienígena, como sucede en la gloriosa El Hombre-Puma (A. de Martino, 1980), cumbre del género de superhéroes españoles.

fire_in_the_sky_posterAunque uno puede encontrar en el campo la experta ayuda de algún ama­ble lugareño (Cocodrilo Dundee, 1986) también puede emboscarse otro tipo de personas, algo más violentas, como el asesino compulsivo de Malas Tierras (T. Malick, 1973), o el inevi­table Rambo, que en Acorralado (T. Kotcheff, 1982) da una clase magistral (¡sintiendo las piernas!) de cómo so­brevivir en un bosque, aunque mejor es no estar cartografiando por las inme­diaciones. Sin embargo de nuevo la re­alidad vuelve a superar a la ficción, ya que recientemente fue detenido en Ga­licia un sujeto que compartía el mismo alias que Stallone debido a su afición a ocultarse en el monte.

El  summum  de personalidades algo complejas es descrito en la re­ciente Ravenous (A. Bird, 1999), don­de un extraño personaje encarnado por Robert Carlyle -le recuerdan en Full Monty (P. Cattaneo, 1998)?- transforma a todo un destacamento del ejército norteamericano en los Apala­ches en un magnífico recetario, que adereza con verduras, algo de licor y una pizca de sal. Como el lobo de Caperucita. Si uno deambula por las Highlands escocesas corre el riesgo de ser mordido (o algo mucho peor) por un hombre-lobo asiduo a los pubs. Un hombre-lobo americano en  Londres (J.  Landis,  1981).

¿Parece exagerado? Pues no. A principios de siglo, en la Galicia ru­ ral, un buhonero llamado Benito Freíre, sufría de doble personalidad, ad­quiriendo la de un hombre-lobo men­tal y asesinando a cuantos pillaba, hasta que fue capturado. Estos hechos fueron llevados al cine por P. Olea en El bosque del lobo (1970), magistral película en la que brillaba el nunca­ bien valorado Jose Luis López Vaz­quez, como el temible buhonero. También es conveniente recordar que un trágico accidente aéreo en Los An­des llevó a un equipo de deportistas chilenos a alimentarse de sus amigos muertos para sobrevivir-¡Viven! (F. Marshall, 1993).

El progreso, al que tanto ayuda la Geología, en ocasiones también juega malas pasadas a los profesionales del ramo en el trabajo de campo. Según el cine existe cierta probabilidad de to­parse con…imutantes! ¿No debería ello ser considerado a la hora de las gratifi­caciones? A este colectivo  pertenece esa familia atómica bautizados con nombres de la mitología griega y ro mana (aunque su belleza no va pareja)  y que gustan de aterrorizar, asesinar y devorar a excursionistas que se adentran en sus dominios; son los protago­nistas de Las Colinas tienen ojos (W. Craven, 1977) y de su inevitable se­cuela (1985).

Otro peligroso segmento pobla­cional lo supone el sector espiritual: sectas, brujas y demás allegados. Unos campistas son testigos de sacrificios humanos a cargo de una secta, pero son descubiertos y perseguidos, en Race with tbe devil (J. Starrett, 1975). Sin embargo la película más re­ciente y que mejor muestra esta situa­ción es la ya mencionada The Blair Witch project; la ominosa presencia de algo, más que de alguien, conforme transcurre la historia, causa el deses­pero y fatal fin de los protagonistas. La versión nacional la constituye 99.9 (A. Villalonga,1997), donde se mues­tra que a alguna señora madura de pueblos de piedra y teja no les basta con engañar a los forasteros con la fa­bada enlatada.

Las películas de psicópatas y alienados han creado su propio subgénero, que habitualmente se desarrolla en ciudades o residencias plagadas de es­tudiantes, botón de muestra es Scream (W. Craven, 1996). No obstante también tienen su rinconcito en los bos­ques del planeta. Prueba de ello es la mimosa madre de Jason (y es que ma­dre sólo hay una, por suerte en este caso), protagonista de Viernes 13 (S. Cunningham, 1980), así como su animoso hijo que la releva en las restantes secuelas (y van 8). Su quehacer coti­diano es exterminar, de manera imagi­nativa, a campistas jovenzuelos y fo­gosos. Ello debería llevar a los estu­diantes de geología a ser precavidos y valorar convenientemente la posibili­dad de alojarse en campamentos de ve­rano con unos precios extrañamente bajos, sobre todo si se encuentran jun­to a Cristal Lake.

La ley de Murphy puede llevar a cualquier geólogo a topar con delin­cuentes, desde el gracioso ladrón de El bosque animado (J.L. Cuerda, 1989) a criminales en fuga, como le sucede a una Meryl Streep deportista de riesgo y a su familia en crisis en The river wild (C. Hanson, 1994).

Y por último cabe recordar que ni siquiera tras un duro día de trabajo uno no puede distraerse tomando una copa en cualquier local o bar de carretera. Puede acabar siendo pasto de vampiros como Abierto hasta el amanecer (R. Rodríguez, 1996) o en Los Viajeros de la Noche (K. Bigelow, 1987), sien­do estos locales los lugares preferidos para el avituallamiento de tan noctám­bulos seres.

Lo que faltaba: abducciones variadas o cómo aparecer en expediente-X

Además de los peligros terrenos y ultraterrenos, los geólogos deben  asu­mir la posibilidad de encuentros en la tercera fase, esto es, de abducciones alienígenas. Demasiado tiempo por lu­gares poco habitados, carreteras poco transitadas o en extensos bosques. Los entrañables programas del  Dr. Jimé­nez del Oso o las novelas pseudo-pe­riodísticas de  J .J. Benítez pueden dar fe de estos fenómenos, como el que que ocurrió realmente a Travis Walton en 1975, trabajador forestal que fue rap­tado por un OVNI en el bosque; la pe­lícula que dramatiza estos  hechos -Fi­re in the sky (R. Lieberman,1993)­ amén de una interesante recreación del interior del OVNI basada en las decla­raciones del afectado,  tiene  la  virtud de alejarse de las películas al uso, bar­nizándo la con un ligero toque realista, creando un nuevo género: neorrealis­mo marcianil.

La inquietante conclusión

Tras una desenfadada lectura de lo expuesto, conviene realizar una nece­saria y serena reflexión: el colectivo de los geólogos (y similares) forma parte de ese privilegiado y poco numeroso grupo de profesiones con riesgo.

Aunque no es habitual (por el mo­mento) ser abducido o atacado por caní­bales mutantes o psicópatas con motosie­rra y tampoco se corren los riesgos de corresponsales de guerra, soldados profe­sionales o algún que otro conductor de autobús urbano, sin duda la mayoría ha pasado por alguna situación desagrable, como ser tratado con desconfianza, co­rrer delante de un perro, lidiar con paisa­nos furibundos, ser retenido en las de­ pendencias de algún Ayuntamiento o desarrollar su trabajo bajo protección po­licial en lugares poco recomendables; to­do ante el desconocimiento y la ignoran­cia dela sociedad a la que se sirve.

Por último, frente a los antecedentes expuestos,debe señalarse que e spreferible no dar pábulo a los sedientos guionistas ci­nematográficos, ya que no debe resultar plato de buen gusto acceder al efímero es­trellato por ser protagonista involuntario de alguna película o telefilm de sobremesa que incluya la dichosa frase basado en he­chos reales. Aunque, desgraciadamente, eso no depende del geólogo.

Tras lo visto …tengan cuidado ahí fuera.

Las 10 películas que todo geólogo no debería ver antes de salir al campo

  1. El Proyecto de la Bruja de Blair: Si la ves no sales del coche.
  2. La matanza de Texas: No te tomas otro  bocadillo de chorizo de pueblo.
  3. Bahía negra: Cuidadín, cuida­dín en los pueblos.
  4. Deliverance: Es obvio.
  5. Ravenous: sobre todo si vas a entrar en alguna cueva perdida.
  6. Grizzly: no todos los animali­tos son tiernos.
  7. Viernes 13: no haces los cam­pamentos de la carrera.
  8. Mararía: no dejas que te acompañe  un simpático paisano.
  9. Los sin nombre: no vuelves a entrar más en un edificio abandonado.
  10. Fire in the sky: además de mal pagado, te abducen los marcianos.