El geólogo desarrolla gran parte de su labor profesional en el medio natural, conocido por todos como el campo. Debe recordarse que el germen de esta actividad se encuentra en la Universidad, cuando se realizan numerosas excursiones para adquirir la experiencia y los conocimientos necesarios del entorno natural.
Es difícil imaginar alguna especialidad de la geología que no contemple la realización de estudios en espacios generalmente agrestes: cartografía geológica, levantamiento de columnas estratigráficas, inventario de puntos de agua, toma de medidas piezométricas y muestreo, campañas de geofísica, evaluación de focos contaminantes, indicios metalogenéticos, recolección de fósiles, etc. Todas estas actividades obligan a permanecer bastante tiempo solos, o con poca compañía, en parajes poco frecuentados, bajo inclemencias climatológicas, a su vez en áreas escasamente pobladas.
Este aislamiento ayuda a la génesis de numerosas anécdotas laborales relacionadas con los lugares y sus moradores, ora simpáticas ora desagradables. Sin embargo, el cine, en su afán concienciador ha prevenido sobre la existencia de múltiples peligros que acechan en sitios tenebrosos, amenazadores, en casas de campo malditas, donde pueden ocultarse fieros animales y personajes de la peor calaña (psicópatas, asesinos, caníbales, brujas y algún que otro alienígena).
De tales riesgos se pretende alertar a todos los geólogos, ya que aunque habitualmente tras un afable rostro siempre hay una bella persona, en ocasiones puede albergar, por ejemplo, a la madre de Psicosis (A Hitchcock, 1960).
Lugares inhóspitos y paisajes amenazantes
La naturaleza puede resultar, a la par que bella, tremendamente hostil. Existen lugares extremos, de climatología espantosamente adversa, como los desiertos o los polos, cuya exploración ha resultado uno de los últimos retos de la humanidad en su propio planeta. Películas corno Scott en la antártida (Ch. Frie nd, 1948), reflejan las dificultades, a menudo mortales, que plantearon dichas aventuras; la cartografía de un remoto e inhóspito lugar de la Siberia rusa da pie a A. Kurosa wa para realizar una bella pelicula sobre la amistad (Dersu Uzala, 1975).
Pero existen otros parajes en los que su hostilidad no es asociable a la dureza climatológica; son lugares en los que subliminalmente uno se siente amenazado: sitios que dan miedo. Pe ro ¿que es el miedo? Según el diccionario es la perturbación angustiosa del ánimo ante un peligro real o imaginario, presente o futuro. Una explicación racional para el torrente de las aprensivas sensaciones padecidas por el observador puede hallarse en los albores de la humanidad, cuando cazadores y recolectores debían enfrentarse tanto a fenómenos que no comprendían y que atribuían a fuerzas sobrenaturales, como a depredadores ocultos en lugares donde no hay una visión total del entorno (corno bosques frondosos, relieves abruptos o el fondo de cañones) sin saber qué se podían encontrar al doblar el camino. Es, en definitiva, el miedo a lo desconocido.
El proyecto de la Bruja de Blair (D. Myrick y E. Sanchez, 1999) es una de las películas que mejor ha reflejado esa impresión amenazante. Tiene la gran virtud de destilar este miedo básico, emanado de un entorno ignoto e intirnidador, que ya describiera Arthur Machen en sus relatos qué geólogo no ha sentido alguna vez una aversión inexplicable en algún paraje visitado? Esta película, sin embargo, despierta sentimientos encontradosen los aficionados, siendo alabada por unos y vituperada por otros. Dicha polaridad pue de deberse a la diferente percepción de los espectadores ante los hechos allí mostrados; así es posible que los amantes de la naturaleza y del excursionismo, junto a profestonales como los geólogos, sientan mayor angustia y desasosiego que un urbanita común, más habituado a las excelencias del transporte público y de las aglomeraciones callejeras.
Este agobio emocional ha sido sabiamente transmitido por los directores, incorporando al espectador a la trama de la película mediante la subjetivización que supone rodar con una cámara al hombro; ello provoca al espectador la impresión de ser protagonista de la cinta, siendo uno más de los que corre asustado y las imágenes del film aquello que ve. Deliberadamente se crea una sensación claustrofóbica, sin verse espacios abiertos o la línea del horizonte. Para ello emplean planos bajos, del suelo, o bien planos generales de tupidos bosques. La sensación de indefensión ante lo desconocido se ve acentuada en las escenas nocturnas, magistralmente rodadas, cuando entre los personajes (espectador incluido) y el indeterminado peligro exterior, únicamente se encuentra la fina capa de tela de la tienda de campaña en la que se guarecen. ¿Qué geólogo no ha sentido desazón ante los ruidos nocturnos de un bosque, sobre todo si se encuentra acampado solo?
Otras películas ya se habían acercado a esta temática. Picnic en Han ging Rock (P. Weir, 1975) extraña película australiana enmarcada a principios de siglo , relata la desaparición inexplicable de unas alumnas de merienda en un raro y perturbador paraje montañoso. Esta idea fue recogida y actualizada en otra película austral, en la que la naturaleza de una playa solitaria se hacía más amenazante Largo fin de semana (C. Eggleston, 1986). También la británica Los ojos del bosque (J. Hough, 1980), combina una extraña fuerza intimidadora que proviene de un bosque con una vieja mansión.
Se alquilan maravillosas fincas rústicas: casas malditas, ruinosas o aisladas, excelentes vecinos
¿Quién no ha encontrado en sus recorridos geológicos, cartografías o inventarios de puntos de agua subterránea, casas lúgubres, a veces abandonadas, que provocan algo más que un escalofrío? Estas edificaciones transmiten al observador una sensación subliminal de inquie tud: algo o alguien puede estar acechando, oculto ahí detrás.
Aunque estas casas, generalmente segundas viviendas, lo único que contienen son muebles viejos y electrodomésticos de segunda mano, en ocasiones, según la cinematografía, pueden resultar una trampa letal, al encerrar algún tipo de maldición. Un grupo de domingueros llegan a una de estas aisladas casas en Posesión infernal (S. Raimi, 1982), invocando sin apercibirse una antigua maldición que va acabando con ellos uno a uno … y originando a dos secuelas más: Terroríficamente muertos (1987) y El ejército de las tinieblas (1993), ambas también dirigidas por Raimi.
El ejemplo nacional lo constituye Morbo (G. Suárez,1972), relato de las vicisitudes de una pareja formada por Víctor Manuel y Ana Belén, que eligen un lugar equivocado para acampar, junto a una casa con un terrible historial.
Las casas ruinosas y semiderruidas tampoco resultan lugares muy recomendables para pernoctar una noche, evocando, en algún momento, las leyendas de Bécquer. Su deterioro, los escombros y la existencia de puntos ciegos provoca una sensación de incomodidad y aversión que impide una permanencia prolongada en las mismas. En La matanza de Texas (T. Hooper, 1974), unos jóvenes dicharacheros visitan, antes de ser descuartizados, su antiguo hogar de infancia, allá en la campiña del profundo sur norteamericano, hallándolo ruinoso y lleno de extrañas figuritas colgantes elaboradas con huesos, antecedente directo de las inquietantes figuras colgadas de las ramas en el bosque de El proyecto de la Bruja de Blair (D. Myrick y E. Sánchez, 1999). Asimismo, la parte final de El Proyecto … tiene lugar en una escalofriante casa abandonada, con extraños graffittis decorando las paredes, en lo más profundo del negro bosque.
Los Sin Nombre ( J. Balagueró, 1999) es una aterradora película catalana que postula la existencia de una secta cuyo fin es destilar el mal a través del dolor infringido a terceros para conseguir poder; dicha secta se oculta en edificios abandonados de la costa de Barcelona; sin embargo en esos parajes lo más fácil es encontrar a inmigrantes ilegales.
¿Y que se puede pensar de una casa habitada y aislada en el campo? Habitualmente unos encantadores vecinos te abren la puerta y son solícitos a la hora de proporcionarte información, siendo menos los casos en los que se tropieza con atractivas amas de casa tipo Los puentes de Madison (C. East wood, 1995), aunque según algunos colegas, es de lo más frecuente.
Sin embargo no se deben olvidar las enseñanzas de la sabiduría popular, como se refleja en el archiconocido cuento de Hansel y Gretel. La versión gore y tremebunda del mismo es La Matanza de Texas (T. Hooper, 1974) donde una encantadora familia de matarifes en paro elaboran deliciosos embutidos artesanales empleando como materia prima a los desprevenidos viajeros de paso, empleando la motosierra, con una habilidad pasmosa, para el despiece de los mismos, vivos o muertos, siendo un consumado maestro de tal destreza uno de los hijos conocido como Leatherface (Cara de Cuero). Y siempre tras el original surgen imitadores, como los granjeros caníbales de Motel Hell (K. Lenoner, 1980). ¡Pero existe algo más peligroso! Llegar a un caserón solitario y convertirse en el objeto de deseo de un científico alienígena travestido de corista llamado Dr. Frank’ n’ furter, cuyo máxima obsesión es ¡crear al hombre perfecto! (para su propio placer); todo ello acontece en The Rocky Horror Picture Show (J. Sharman, 1975) genial e irreverente cult-movie donde las haya.
Y como consideración final, uno no debe, por mucho calor que tenga, colarse en casa ajena y tomar un baño en una solitaria piscina, porque podría acabar siendo colaborador involuntario de Misterios sin resolver, como sucede a dos sabrosos excursionistas en Piraña (J. Dante, 1978).
El homus silvestris: manual del tratamiento a forasteros
Las relaciones entre el hombre de ciudad y el de campo, aunque simbióticas, siempre se han caracterizado por la desconfianza mutua, siendo éstas, relaciones amor-odio. Los de ciudad, además de acuñar cariñosos apelativos para definir a los campesinos (como garrulo, paleto o palurdo), han desconfiado de éstos, atribuyéndoles una increíble capacidad de engaño, como muestra el revelador anuncio televisivo de fabada asturiana enlatada. De la misma manera, en los núcleos rurales también ha existido un cierto recelo hacia los forasteros, y es en este último colectivo, el de los foráneos, en el que puede englobarse al geólogo.
El geólogo, por necesidades del trabajo, necesita la colaboración con la gente del lugar. Esta es precisa para cartografiar en fincas privadas, instalar equipos de geofísica, inventariar o muestrear puntos de agua,… sin ella es posible que el trabajo se entorpezca e incluso no pueda salir adelante.
El cine ha mostrado generalmente las relaciones más tortuosas, aunque no por ello inciertas, con estas gentes. Bahía Negra (A. Mann, 1953) relata la instalación de la primera plataforma petrolera en alta mar, en las costas de Luisiana. Ello no resulta fácil, ya que James Stewart debe enfrentarse al mar, a un huracán y al esquivo petróleo, pero sobre todo, a las reticencias de todo el pueblo pesquero. Estos sabotean los geofonos por miedo a perder los bancos de gambas ante las explosiones, provocan peleas tumultuarias con los peones y, como fin de fiesta, pretenden acabar con la instalación a causa de la boda de la hija de uno de ellos con el capataz de dicha plataforma sin el correspondiente permiso paterno. Y es que, usualmente, los extraños tienen la culpa de todo, y si no pregunten a Spencer Tracy, que sobrevive milagro samente a un linchamiento y posterior incendio de la prisión en la que ha sido encerrado al ser confundido con un secuestrador infantil en la mordaz Furia (F. Lang, 1938). Mejor suerte no tienen los arqueólogos de El Tesoro (A. Mercero, 1988) en la que todo un pueblo de la España profunda está obsesionado con que los de la ciudad van a robarles sus tesoros.
Un malentendido puede causar bastantes quebraderos de cabeza; en La Presa (1981), del excelente artesano Walter Hill, unos soldados aficionados, pertenecientes a la Guardia Nacional se apropian de unas barcas en los pantanos de Luisiana, siendo cazados inmisericordemente por los lugareños, haciendo del título original, Southern Comfort, un acertado ejercicio de ironía.
En ocasiones, en esas pequeñas poblaciones, tan idílicas y entrañables, podrían ocurrir espantosos hechos como los padecidos por una pareja que tienen la desgracia de pasar por el pueblecito habitado por una secta de tiernos infantes parricidas -Los chicos del maíz (F. Kiersch, 1984)- estando a punto de ser sacrificados a un extraño ser; o bien ser atacados por campesinos monstruosos Escóndete y tiembla (J. Hough, 1987). Sin embargo no es necesario atravesar las fronteras para encontrar inquietantes comunidades como la urbanización en las afueras de Madrid descrita en Descanse en piezas (J. R. Larraz, 1987) o niños homicidas como en ¿Quién puede matar a un niño? (N.T. Serrador , 1976). Sin embargo el no-va-más en cuestión de comunidades exóticas la forman los sociables hombres-lobo de Aullidos (J. Dante, 198 1), siempre dispuestos a incorporarte a la misma.
También existen ejemplos de inusitada violencia ¿Como calificar el brutal trato recibido por los protagonistas de Deliverance (J. Boorman, 1972)? Unos excursionistas varones que descienden por un río en las montañas Ozarks, son asaltados sexualmente por un grupo de despreciables lugareños sociofóbicos, aficionados al francés (no idiomático) y nada recomendables de encontrar en una ducha. Tampoco la Dra. Fossey, bióloga especialista en gorilas, tiene mejores relaciones con los nativos africanos, a tenor de los sustos que les da y de los que recibe(¿susto o muerte?)-Gorilas en la niebla (M . Apted, 1988).
Aunque parezcan exagerados algunos de los ejemplos mencionados, conviene no olvidar la polémica que ha rodeado las innumerables guerras del agua en muchos pueblos de España, con eternas discusiones por la posesión y utilización de las aguas de tal o cual fuente o sondeo, o las discusiones suscitadas con todo lo relacionado con vertederos y cementerios de sustancias peligrosas, entre otros, y que suelen salpicar las noticias de muchos diarios de distribución regional y hasta nacional.
Otro ejemplo fílmico de las relaciones nada aconsejables entre los geólogos y los paisanos tiene lugar en Mararía (A. Betancor, 1998), ambientada en Lanzarote y en la que a un vulcanólogo inglés le pierde su afición a ligar con lugareñas y, sobre todo, de dejar su martillo a mano de cualquier rival despechado; al menos el asesino, todo un respetable médico, tiene la delicadeza de arrojar el cadáver y sus pertenencias a una fumarola, bello fin para un estudioso de los volcanes. En la Menorca del XVIll bajo dominación inglesa, un cartógrafo inglés, John Armstrong, es acuchillado al interesar se demasiado por una agraciada isleña en la no menos hermosa película El vent de l’illa (G. Gormeza no, 1987).
La vicisitud de estos dos últimos casos (el geólogo y el cartógrafo) conduce a una reflexión: en ocasiones, cuando la duración del trabajo de campo se eterniza, el encontrarse demasiado tiempo fuera de casa puede llevar a sufrir una especie de confraternización cariñosa o síndrome de Estocolmo con los vecinos/vecinas del lugar. Así en El inglés que subió una colina pero bajo una montaña (C. Monger, 1995) se relatan, en clave de amable comedia, los ímprobos esfuerzos realizados allá en 1917 por los habitantes de un pueblecito galés para que en una nueva cartografía, su montaña no sea reducida a una vulgar colina. Para ello se valen de todas las estratagemas, incluyendo la seducción de uno de los cartógrafos ingleses por una moza del lugar. Otro ejemplo son las tres películas rodadas sobre la tragedia del Bounty: una tripulación inglesa arriba a una isla paradisíaca del Pacífico en busca del árbol del pan, tras varios meses de estancia, el inevitable enamoramiento de las nativas se produce y ninguno quiere volver a sus casas, estallando el motín más famoso del cine Rebelión a bordo (F. Llo yd, 1935) (L. Milestone, 1962), Motín a bordo (R. Donaldson, 1984).
Pero si lo descrito anteriormente ocurre en lugares relativamente civilizados, el riesgo y la sorpresa es mayor en rincones selváticos y olvida dos del mundo, en los que se descubren mamíferos desconocidos, ancianas ruinas y tribus aisladas – los reales Tasaday descubiertos en 1971 en Filipinas o los imaginarios de la segunda versión de King Kong (J. Guillermin, 1976).
Pero no todo es romanticismo y belleza en estos encuentros, ya que según los profesionales del cine, es muy fácil tropezar con tribus fieras (¿quien no recuerda los temibles gaboni que se detenían a los pies de la cuasi inaccesible meseta del Mutia, en todas las películas de Tarzán?). Además, los indígenas pueden tener curiosas costumbres, desde secuestrar niños de ingenieros a comerse directamente a los intrusos La Selva Es meralda (J. Boorman, 1985). Otros largometrajes que versan sobre esta especialidad rica, rica de la nouvelle cuisine son las italianas La montaña del Dios Caníbal (con una Ursula Andress bocata di cardinale) y Holocausto caníbal (1979) una cult-movie del cine de vísceras y mirones, muy popular en su momento y que fue promocionada como si se tratase de un documental veódico (¿les suena?). Y es que el genio humano, único donde los haya, nunca detiene su creatividad en cualquier campo, desde los nuevos ingredientes en la gastronomía al marketing. Cabe señalar en cuanto a canibalismo y antropofagia, que a mediados del siglo XX desapareció en las montañas de Nueva Guinea un antropólogo de una acaudalada familia norteamericana ¿adivinan qué costumbres tienen los nativos que pretendía estudiar?
Cuidado: animales sueltos
Aunque cada vez lo parezca menos, multitud de animales de todo tipo y condición rodean al geólogo en su labor campestre. Tal vez no resulta evidente, pero en muchos casos no se ha valorado convenientemente la peligrosidad potencial.
Los invertebrados, aunque pequeños, resultan en ocasiones letales: las arañas han sido desenmascaradas en reveladoras películas como Tarántu la (J. Cardos, 1977) o Aracnofobia (F. Marshall, 1991); no todas las hormigas son como las de Bichos o Antz (1999) , algunas casi se comen a Charl ton Heston en Cuando ruge la marabunta (B.Haskin,1954) , y tampoco debe engañar la popularidad de la abeja Maya: en El enjambre (I. Allen 1976) gastan una mala leche inusual las amigas de Flip, el saltamontes.
Pero los vertebrados no se quedan a la zaga. El oscuro escritor británico Arthur Machen postulaba en su inquietante novela El Terror (1917) la posibilidad de que los animales, ante las guerras fratricidas de los humanos, se rebelaran para ser los nuevos reyes de la creación. Esta idea fue recogida por Hitchcock en su celebrada Los Pájaros (1963). Sin embargo, los peligros que pueden acechar en el campo a todo geólogo son más reales y el cine los ha analizado detenidamente. Los caimanes – Eaten alive (T. Hooper, 1970)-, plagas de serpientes de cascabel y anacondas – Anaconda (L. Llo sa, 1997)- no dejan en muy buen lugar a los reptiles; también existen mamíferos peligrosos en las campiñas, bosques y selvas del mundo: vaquillas, toros de lidia, osos, jabalíes, tigres y leones devoradores de hombres. Las molestias causadas por estos últimos son narradas con demasiada meticulosidad en Los demonios de la noche (S. Hopkins, 1996), historia de la accidentada construcción de un trazado ferroviario en Africa. En los bosques y montes de Europay América el animal fílmico peligroso por excelencia es el oso; aunque algunos resultan entrañables – El oso (J. J. Annaud, 1989), Jacky, el oso del bosque de Tallac o Yogi y su amigo Bubu- otros sin embargo resultan poco recomendables, como el aniquilador de turistas de Grizzly (D. Perlmutter, 1976) o el multado por beber agua rica en mercurio (merced a una compañía maderera poco ecológica) que ataca a todo quisque ruidoso en los bosques de Profecía maldita (J. Frankenheimer, 1979). Los jabalíes tienen su sangrienta representación gracias a la australiana Ra zorback (R. Mulcahy, 1984) en la que un descomunal jabalí se come a todo aquel que se cruza en su camino o en la más clásica Con él llegó el escándalo (V. Minelli, 1960), en la que Robert Mitchum comprende qué es encontrarse con un jabalí herido de muerte.
Pero de todos los vertebrados, el perro, el eterno amigo del hombre, ha resultado ser el principal peligro de los trabajadores del campo. Es tanta su popularidad que las acciones de estos perros mordedores han llegado a las páginas de la Prensa Rosa: el ataque sufrido por el hijo de una conocida presentadora y de un ubicuo Conde. Desgraciadamente cada vez son más comunes estos sucesos; la miríada de razas feroces, auténticos juegos malabares genéticos, favorecen el gran número de incidentes anónimos en campos, pueblos y ciudades. A éstos debe añadirse las jaurías de perros abandonados, los llamados cimarrones. Un claro ejemplo fílmico de ello lo supo ne el drama de la señora asediada por el perro rabioso de Cojo (L. Teague, 1983), los perros mutados de Man’s best friend (J. Lafia, 1993)o el perro poseído del telefilm El perro del infierno (C. Harrington, 1978). En ocasiones el entrenamiento especializado puede dar origen a aberraciones caninas, corno el perro que únicamente ataca negros en el último Sam Fuller (Pe rro Blanco). Tras esta reflexión
¿quién va a saltar una valla con el loable propósito de reconocer un afloramiento?
Por último recordar que también existe fauna desconocida, descubriéndose de vez en cuando algún mamífero que otro (como recientemente en Vietnam) ¿y por qué no atropellar un Pies Grandes en un bosque de Norteamérica?(Bigfoot y los Henderson; W. Dear, 1987).
La otra fauna salvaje: silvestres sobrevenidos, alienígenas, asesinos, veteranos del Vietnam, caníbales, mutantes, brujos, sectas y vampiros
No hace muchos años, en una comarca costera de la provincia de Barcelona, un inmigrante del Africa Negra, debido a problemas de solvencia y a la espera de un juicio, decidió irse a vivir a los bosques de una montaña próxima. Nadie se apercibió de ello, pero un día, sobresaltado, alguien lo descubrió, y en poco tiempo el miedo fue sustituido por la curiosidad, llegando a ser una atracción turística de la zona, siendo buscado por los domingueros con sus 4 x 4. Valga esta anécdota para ilustrar el presente apartado; es posible encontrar en el deambular por el campo todo tipo de personajes pintorescos que han decidido trasladar su residencia a los bosques.
El personaje paradigmático es Tarzán, para unos el ingenuo salvaje y para otros la ejemplificación del concepto de anglosajón-ser-superior. Creado por Edgar Rice Burroughs (a su vez padre de otros aventureros humanos con sede en Marte o Venus), cambió el naturalismo de su primera novela por la pura aventura pulp de las siguientes, llegando Tarzán a conocer imperios olvidados, romanos, hombres-leopardo, etc. lnmortalizado por multitud de actores, desde el cine mudo a la más actual actualidad, es la eterna sorpresa que cualquier explorador, naturalista o buscador de oro puede encontrar en la selva -Greystoke (H. Hudson , 198 4), El tesoro de Tarzán (R. Thorpe, 1941) siendo mejor toparse con él, que con cualquier japonés que piense que la II Guerra Mundial no ha terminado, o con algún marciano de aficiones cinegéticas, siendo Los humanos la especie a disminuir , como ocurre en Depredador (J. Me Tiernan, 1987).
Tarzán ha sido llevado al cine por norteamericanos, españoles e incluso turcos, siendo además versionado , copiado o atribuyéndosele paternidades ignoradas; así se pueden encontrar a Bomba, Chanoc , Tarzak, Karzán, Thunda, Korak, Tarzana o Zambo entre otros. Sin duda con tanto habitante selvático, el uso de lianas debe estar regulado por semáforos y los elefantes aparcados en doble fila.
El mito de Tarzán, el de un humano criado por animales salvajes, se basa en hechos reales, como aquel niño encontrado en 1700 en los bosques de Francia y que dio origen a El Niño Salvaje (F. Truffaut, 1970). Otras películas que reflejan a estos tarzanes más reales es el Mowgli de El libro de la Selva, relato de R. Kipling llevado dos veces al cine (Z. Korda, 1942; S. Sommers, 1994) y una animada (W. Reitherman, 1967), siendo también posible toparse con Jodie Foster correteando por el bosque como sucede en Nell (M. Apted, 1994).
Asimismo algún paleontólogo puede tropezar en los Andes con alguien que dice ser descendiente de un experimento alienígena, como sucede en la gloriosa El Hombre-Puma (A. de Martino, 1980), cumbre del género de superhéroes españoles.
Aunque uno puede encontrar en el campo la experta ayuda de algún amable lugareño (Cocodrilo Dundee, 1986) también puede emboscarse otro tipo de personas, algo más violentas, como el asesino compulsivo de Malas Tierras (T. Malick, 1973), o el inevitable Rambo, que en Acorralado (T. Kotcheff, 1982) da una clase magistral (¡sintiendo las piernas!) de cómo sobrevivir en un bosque, aunque mejor es no estar cartografiando por las inmediaciones. Sin embargo de nuevo la realidad vuelve a superar a la ficción, ya que recientemente fue detenido en Galicia un sujeto que compartía el mismo alias que Stallone debido a su afición a ocultarse en el monte.
El summum de personalidades algo complejas es descrito en la reciente Ravenous (A. Bird, 1999), donde un extraño personaje encarnado por Robert Carlyle -le recuerdan en Full Monty (P. Cattaneo, 1998)?- transforma a todo un destacamento del ejército norteamericano en los Apalaches en un magnífico recetario, que adereza con verduras, algo de licor y una pizca de sal. Como el lobo de Caperucita. Si uno deambula por las Highlands escocesas corre el riesgo de ser mordido (o algo mucho peor) por un hombre-lobo asiduo a los pubs. Un hombre-lobo americano en Londres (J. Landis, 1981).
¿Parece exagerado? Pues no. A principios de siglo, en la Galicia ru ral, un buhonero llamado Benito Freíre, sufría de doble personalidad, adquiriendo la de un hombre-lobo mental y asesinando a cuantos pillaba, hasta que fue capturado. Estos hechos fueron llevados al cine por P. Olea en El bosque del lobo (1970), magistral película en la que brillaba el nunca bien valorado Jose Luis López Vazquez, como el temible buhonero. También es conveniente recordar que un trágico accidente aéreo en Los Andes llevó a un equipo de deportistas chilenos a alimentarse de sus amigos muertos para sobrevivir-¡Viven! (F. Marshall, 1993).
El progreso, al que tanto ayuda la Geología, en ocasiones también juega malas pasadas a los profesionales del ramo en el trabajo de campo. Según el cine existe cierta probabilidad de toparse con…imutantes! ¿No debería ello ser considerado a la hora de las gratificaciones? A este colectivo pertenece esa familia atómica bautizados con nombres de la mitología griega y ro mana (aunque su belleza no va pareja) y que gustan de aterrorizar, asesinar y devorar a excursionistas que se adentran en sus dominios; son los protagonistas de Las Colinas tienen ojos (W. Craven, 1977) y de su inevitable secuela (1985).
Otro peligroso segmento poblacional lo supone el sector espiritual: sectas, brujas y demás allegados. Unos campistas son testigos de sacrificios humanos a cargo de una secta, pero son descubiertos y perseguidos, en Race with tbe devil (J. Starrett, 1975). Sin embargo la película más reciente y que mejor muestra esta situación es la ya mencionada The Blair Witch project; la ominosa presencia de algo, más que de alguien, conforme transcurre la historia, causa el desespero y fatal fin de los protagonistas. La versión nacional la constituye 99.9 (A. Villalonga,1997), donde se muestra que a alguna señora madura de pueblos de piedra y teja no les basta con engañar a los forasteros con la fabada enlatada.
Las películas de psicópatas y alienados han creado su propio subgénero, que habitualmente se desarrolla en ciudades o residencias plagadas de estudiantes, botón de muestra es Scream (W. Craven, 1996). No obstante también tienen su rinconcito en los bosques del planeta. Prueba de ello es la mimosa madre de Jason (y es que madre sólo hay una, por suerte en este caso), protagonista de Viernes 13 (S. Cunningham, 1980), así como su animoso hijo que la releva en las restantes secuelas (y van 8). Su quehacer cotidiano es exterminar, de manera imaginativa, a campistas jovenzuelos y fogosos. Ello debería llevar a los estudiantes de geología a ser precavidos y valorar convenientemente la posibilidad de alojarse en campamentos de verano con unos precios extrañamente bajos, sobre todo si se encuentran junto a Cristal Lake.
La ley de Murphy puede llevar a cualquier geólogo a topar con delincuentes, desde el gracioso ladrón de El bosque animado (J.L. Cuerda, 1989) a criminales en fuga, como le sucede a una Meryl Streep deportista de riesgo y a su familia en crisis en The river wild (C. Hanson, 1994).
Y por último cabe recordar que ni siquiera tras un duro día de trabajo uno no puede distraerse tomando una copa en cualquier local o bar de carretera. Puede acabar siendo pasto de vampiros como Abierto hasta el amanecer (R. Rodríguez, 1996) o en Los Viajeros de la Noche (K. Bigelow, 1987), siendo estos locales los lugares preferidos para el avituallamiento de tan noctámbulos seres.
Lo que faltaba: abducciones variadas o cómo aparecer en expediente-X
Además de los peligros terrenos y ultraterrenos, los geólogos deben asumir la posibilidad de encuentros en la tercera fase, esto es, de abducciones alienígenas. Demasiado tiempo por lugares poco habitados, carreteras poco transitadas o en extensos bosques. Los entrañables programas del Dr. Jiménez del Oso o las novelas pseudo-periodísticas de J .J. Benítez pueden dar fe de estos fenómenos, como el que que ocurrió realmente a Travis Walton en 1975, trabajador forestal que fue raptado por un OVNI en el bosque; la película que dramatiza estos hechos -Fire in the sky (R. Lieberman,1993) amén de una interesante recreación del interior del OVNI basada en las declaraciones del afectado, tiene la virtud de alejarse de las películas al uso, barnizándo la con un ligero toque realista, creando un nuevo género: neorrealismo marcianil.
La inquietante conclusión
Tras una desenfadada lectura de lo expuesto, conviene realizar una necesaria y serena reflexión: el colectivo de los geólogos (y similares) forma parte de ese privilegiado y poco numeroso grupo de profesiones con riesgo.
Aunque no es habitual (por el momento) ser abducido o atacado por caníbales mutantes o psicópatas con motosierra y tampoco se corren los riesgos de corresponsales de guerra, soldados profesionales o algún que otro conductor de autobús urbano, sin duda la mayoría ha pasado por alguna situación desagrable, como ser tratado con desconfianza, correr delante de un perro, lidiar con paisanos furibundos, ser retenido en las de pendencias de algún Ayuntamiento o desarrollar su trabajo bajo protección policial en lugares poco recomendables; todo ante el desconocimiento y la ignorancia dela sociedad a la que se sirve.
Por último, frente a los antecedentes expuestos,debe señalarse que e spreferible no dar pábulo a los sedientos guionistas cinematográficos, ya que no debe resultar plato de buen gusto acceder al efímero estrellato por ser protagonista involuntario de alguna película o telefilm de sobremesa que incluya la dichosa frase basado en hechos reales. Aunque, desgraciadamente, eso no depende del geólogo.
Tras lo visto …tengan cuidado ahí fuera.
Las 10 películas que todo geólogo no debería ver antes de salir al campo
- El Proyecto de la Bruja de Blair: Si la ves no sales del coche.
- La matanza de Texas: No te tomas otro bocadillo de chorizo de pueblo.
- Bahía negra: Cuidadín, cuidadín en los pueblos.
- Deliverance: Es obvio.
- Ravenous: sobre todo si vas a entrar en alguna cueva perdida.
- Grizzly: no todos los animalitos son tiernos.
- Viernes 13: no haces los campamentos de la carrera.
- Mararía: no dejas que te acompañe un simpático paisano.
- Los sin nombre: no vuelves a entrar más en un edificio abandonado.
- Fire in the sky: además de mal pagado, te abducen los marcianos.