Políticos de Chichinabo

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MIREN ustedes por donde, queridos lectores, yo no quería volver con la tecla al albero ingrato de la política –donde las cornadas siempre son mortales–, que ahora está más de moda que nunca gracias a las elecciones habidas en el coso de Madrid y las que se avecinan en la plaza de Cataluña y en la inmensa maestranza que es este país (sí, bastante surtidito de cuernos, para qué nos vamos a llamar a engaño), pero una amable carta de un ilustrado lector, escorado a babor según se autodeclara en su escrito, en el que me dice de todo menos que estoy llamado a ser guía espiritual en el camino del bien –que según él sólo coincide con la vereda del progresismo de izquierdas–, me hace caer de nuevo en picado sobre tan tremenda presa. Eso sí, resulta que si digo algo en contra de Aznar me chillan unos y si me meto a saco con Zapatero me linchan otros. Hablar de política, a algunos de nuestros lectores les produce insatisfacción porque no les agrada el tema, lo que me parece muy bien, mientras otros me manifiestan que les da lo mismo con quien me meta y me declaran su apoyo incondicional, cosa que agradezco sobremanera aunque carezca de sentido. El caso es que ya no sabe uno como agradar ni contra qué político arremeter para echarle la culpa de todo lo que nos pica y de paso ahorrarnos unas sesiones de psicólogo. Bueno, esto no es del todo cierto, porque parafraseando al propietario del Rick’s Café en esa inmortal obra del celuloide que es Casablanca: siempre nos quedará Simancas.

Al leer este nombre, sé que al menos un par de lectores se estarán echando las manos a la sesera. Pero, a ver por qué no voy a poder meterme con Simancas… Para uno que es más pequeñito que yo… A lo mejor es por que se trata de un chiquilicuatro que voy contra él por vocación propia y sin resistirme. Pero no sólo porque sea Simancas, y además doblemente Simancas, o sea, Simancas y Simancas, don Rafael, que como ha perdido las elecciones se ha quedado ahora en Nomancas, o sea que ya no podrá mancar que es lo que quería hacer cuando trincara el poder –pobre Simancas que ya nomancas (resulta triste el ripio, pero no se me ocurre nada mejor)–, sino por impresentable.
Lo primero que ha dicho al enterarse del “ladrillazo” de este padre de la Constitución y también protector del Plan Ibarreche (vaya pájaro ese Herrero de Millón) es que “no dejaremos pasar ni una más ni permitiremos que se sigan forrando cuatro o cinco”. Lo que viene a decir poco más o menos que o todos o ninguno, o sea, que Simancas también quiere su parte. Lo dicho, un impresentable. Por fin ha encontrado el probo aspirante a funcionario autonómico a alguien a quien poder acusar de corrupción inmobiliaria con toda su fuerza y hasta con acierto y razón. Anda que si llega a descubrirse el pastel antes de las elecciones, la que nos habría caído encima a los electores con la monserga de Simancas y sus fantasmas. “Me se estremecen las calicatas sólo de pensarlo”, que decía mi abuelo paterno hace 20 años, antes de irse a recolectar nísperos al parterre.

Y, para que nos entendamos, me da igual que Simancas sea del partido socialista –siento mucho que sea del Pesoe–, que por mí podía ser del Pepé, de Izquierda Unida, de Falange, de los Verdes, de Tierra Comunera, de Mar, o sea Mutuo Apoyo Romántico –la candidatura del chino Hong Guang Yu Gao–, del partido de la Asociación de Viudas y Esposas Legales o de Otra Democracia Es Posible, ese partido que lleva como logotipo en la papeleta de votación una taza de water, güater para los puristas o inodoro para el común de los usuarios. Aunque lo suyo es que hubiera ido como diputado en la lista del partido Ciudadanos en Blanco, que le pega más porque está más acorde con su pensamiento. Tampoco me extrañaría verle infiltrado en el partido Nuevo Socialismo, el de su primo Eduardo Tamayo Barrena, buscando la fórmula magistral de darle las gracias por desgraciarle la carrera política, probablemente con un bate de béisbol para astillarle con tino las rótulas. ¿Que qué tengo yo contra Simancas? Nada. Nada personal, desde luego. Ni partidista, por Dios. No me gusta porque como político es de chichinabo y como persona es mezquino, lo cual tampoco es que sea muy original –hay tantos…, y sin ser políticos–. No sé si esto que digo es una barbaridad, pero antes prefiero a Chuachenéger –al menos tiene algo más de estatura, más músculos y, demostrado, infinitamente más cerebro–.

Yo, lo único que tengo contra Simancas, ya lo he manifestado en otros espacios, es su actitud cínica, desaprensiva, incompetente, demagógica y ambiciosa –en la peor de sus definiciones– en las fallidas elecciones del 25 de mayo. Ya sé que no es muy noble hacer leña del árbol caído, pero el resultado desastroso de estas de octubre para el Pesoe es la consecuencia del desaguisado propiciado por el político madrileño entonces. Lo vengo diciendo desde hace tiempo. Y no soy el único, pero también hay quien piensa lo contrario, faltaría más. Lo que me hace gracia es que me siento a ejercer de tragaldabas con gente que parece inteligente y me sueltan que es un buen político. Al final, después de la diatriba obtengo en conclusión que cualquier cosa les vale porque de lo que se trata es de estar contra el gobierno actual.

Y vuelvo a insistir para acallar a los malpensantes que me apuntan con el dedo –que los hay– que a mí me la trae al pairo mayormente el asunto porque no me gusta ni tengo fijado en la retina ningún color partidista. Trato de ser imparcial –eso tan difícil en política y en la vida– en la medida de lo posible y sólo me irritan las actitudes demagógicas de las personas por su implicación en las menesterosas funciones de gobernar a la ciudadanía, sean de izquierdas, de derechas, de centro, de delantero centro, de defensa o de portero. De la política actual, lo único que consigue saltarme los plomos del delco cerebral, incendiándome con las chispas el discreto y pausado carácter, son las salvajadas que escupen por la boca y los lavados de hipotálamo que ejecutan los integristas vascos, a los que algún día el conjunto de la ciudadanía española deberíamos pedir indemnización no sólo por matarnos sino por atentar continuamente contra nuestros castos oídos con tantas jilipolleces. La última, que Euskadi es “un país trilingüe”. Ahora es cuando me arrepiento de no ser de Bilbo, pues. Que mala leche tiene ese Ibarreche.

Pero volviendo a mi admirado Simancas, debo decir en su defensa que no es el único culpable de que se haya quemado la tostada y que luego haya venido Murphy a colocarla con la mermelada cara al suelo. Zapatero también tiene su parte porque pudiendo haber segado la hierba a los pies del aspirante no lo hizo, dejando que este se “creciera” más de la cuenta.

A Zapatero, más preocupado por imantar su brújula política, le han faltado bemoles para lanzarse al abordaje de la FSM y reorganizar el caos de tribalismo e intereses económicos que se había montado en el barco, en el que cada cual hacía la guerra por su cuenta y la consigna era la habitual en los naufragios: sálvese quien pueda. El aspirante a presidente del gobierno en marzo tuvo un momento de lucidez cuando ofreció a Peces Barba encabezar la lista de Madrid, que incluso –pobre iluso– empezó a confeccionar, hasta que Simancas, que quería mancar como fuera, amenazó al compañero-secretario general con llevárselo por delante si se consumaba la maniobra regeneradora.

En base a esto se le debió ocurrir después a Simancas, creo yo, el elegante eslogan “Para que gane la Democracia” –con mayúsculas para mayor recochineo–. Y el electorado, que no es tonto por mucho que se empeñen en creérselo los políticos, le ha propinado a Simancas una patada en el bullarengue de padre y muy señor mío. Y encima –debe ser ahí donde más le duele– le ha dejado sin la posibilidad de sentarse en el “mercedes” que, para él y otro consejero in pectore, tenían ya apalabrado.

Si en el centenario buque del Pesoe reinara un mínimo de cordura y existiera un ápice de democracia interna, alguien debía haber asumido responsabilidades por la mayor crisis de la FSM, provocada por el “guerrismo” de Simancas, que ha llevado al partido a perder una ingente cantidad de votos de mayo a octubre; entonces Cristina Alberdi ostentaría aún el cargo de gloria nacional de la izquierda mientras el insensato Simancas habría sido defenestrado tras las elecciones desde la misma azotea de la sede del partido, como lo fue San Juan Nepomuceno al río Moldava desde el puente de Carlos IV en Praga. Mi madre, en su bendita sensatez, me dice muy seria que no hay que ser así cuando le digo que de mayor quiero ser tan demócrata y progresista como Simancas.

Ahora, voy a darle un par de capones a Ruiz-Gallardón al que parece que se le han subido los vapores etílicos del protagonismo alterando su equilibrio para desmarcarle de su propio partido y de sus electores en tema tan controvertido y espinoso como la subida de impuestos a los madrileños, en contradicción grave con la proclama electoral que lo llevó a la alcaldía el 25-M: “más seguridad y menos impuestos”. Démosle un margen de maniobra pero vigilando que no nos altere el axioma por el más socorrido de “menos seguridad y más impuestos”. Alberto Ruiz-Gallardón ganó las elecciones de mayo en Madrid bien respaldado por su partido y garantizando una mejor y más sólida política económica sin perder de vista la emoción del Estado del bienestar, que es lo que la sociedad demanda.
Pero parece que al ilustre edil o se le ha trasfucado un resorte inguinal o no ha superado el extreñimiento y le han fallado los enemas. Sospecho también que aquellas lecciones que recibió del exalcalde de Nueva York y héroe del 11-S, Rudolf Giuliani, que estuvo aquí hace un año –servidor fue testigo, como tantos otros– no fueron del todo provechosas.

Ambos estuvieron en un acto público en el que el respetable, aparte de gozar de una sobredosis de jamón del bueno –que para eso estaba allí su alteza real el Príncipe de Asturias presidiendo el acto (Letizia Ortiz no cubría la noticia para el telediario)– pudimos asistir al homenaje que el alcalde, entonces presidente de la Comunidad de Madrid, ofreció al famoso funcionario norteamericano ante una audiencia selecta en la que no faltaron Rajoy, la ministra de Sanidad Ana Pastor, el alcalde Álvarez del Manzano y otros prebostes de la política y la economía, incluido el omnipresente y todopoderoso Florentino Pérez, que con la finura de su olfato, sus portentosas facultades y su varita mágica de druida de las finanzas acaba de fusionar por arte de birlibirloque las empresas ACS y Dragados logrando la primera constructora galáctica de España y la tercera de Europa. Toma castaña, Mariamanuela. Lo malo es que lleva en el paquete, con más del 10% de las acciones, a los Albertos y ya puede tener cuidado con la cartera porque estos primos no son trigo limpio.
Gallardón dice que Álvarez del Manzano hacía mal las cuentas y que, por tanto, no queda más remedio que subir los impuestos para cuadrar los ingresos municipales. Y es lo que ha terminado por hacer el alcalde de Madrid: romper con doce años de austeridad fiscal y moderación en el gasto. Pero, si eso ya se sabía, debía haberlo declarado antes de las elecciones. Y a lo hecho, pecho. Claro, que yo entiendo que con manifestaciones así, claramente impopulares, a lo peor el político popular (por su doble condición de ser conocido y del Pepé) habría acabado en la cocina del consistorio madrileño tocándole fajina (ojo, fajina, con efe) a Trinidad Jiménez.

El nuevo equipo municipal llega con tantos proyectos bajo el brazo, con tantas ganas de convertir Madrid en el París que permitió a Chirac llegar al Eliseo, que no le basta con subir los tributos para financiar tanta ambición; además hay que acompañar la mayor presión fiscal con un 50 por ciento más de endeudamiento. Para justificar al primer funcionario del pueblo de Madrid, el concejal de Hacienda, un tal Juan Bravo, alega que, repartida la deuda entre los madrileños, a cada uno le corresponderán sólo 402 euros. Tómate otra castaña, Mariamanuela. Pues yo me niego. A mí que me den lo mío y que se dejen de monsergas, que ya me lo gastaré en un traje, en un fin de semana en la playa o en el pernil aquel tan bueno.

A Gallardón podrá importarle un rábano sin hojas el “menos impuestos, más seguridad” del que el Pepé ha hecho bandera; podrá jugar a ser más socialista que los mismos socialistas, que ya admiten el déficit cero como factor de crecimiento económico; podrá beber si no conduce, pero no son pocos los votantes de Gallardón que se sentirán estafados por sus políticas opuestas a la rebaja fiscal, la austeridad en el gasto y el equilibrio presupuestario que promueve el partido bajo cuyas siglas fue elegido.

Gallardón debería escuchar a su nueva vecina de la Puerta del Sol: “Cuando bajan los impuestos, la economía crece; y cuando los Gobiernos son austeros, las sociedades son prósperas”, le ha recordado Esperanza Aguirre. Es lo que ha demostrado el Pepé desde 1996. De ahí su éxito. Si no, de qué.

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Primitivo Fajardo Berruga
Nació en La Roda (Albacete) en 1958, es licenciado en Periodismo por la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid y aficionado desde muy joven a la aviación y la astronáutica. Comenzó a trabajar a los 15 años y lleva ejerciendo el periodismo durante cuatro décadas en distintos medios de comunicación y diferentes sectores. Trabajó durante un lustro en el diario deportivo AS y, sucesivamente hasta la actualidad, ha sido director de las revistas Carreteras, Potencia, Canteras y Explotaciones, Equipos & Obras y OP Machinery, destinadas al mundo de la maquinaria de obras públicas, minería y construcción. Es miembro del Comité Organizador del Salón Internacional de Maquinaria de Obras Públicas, Construcción y Minería (SMOPYC), que organiza la Feria de Zaragoza. En 2010 fue galardonado con la Medalla de Honor de la Carretera, que le fue concedida ese mismo año por la Asociación Española de la Carretera por su contribución en la defensa de las carreteras españolas.