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Espacio: el valor del conocimiento

En ciencia, existen unos temas que son más susceptibles que otros para hacer demagogia fácil. El espacio es uno de ellos, aunque no el único. Esto es especialmente real si dicha demagogia se sustenta en la utilización de temas sociales especialmente sensibles y en la ignorancia de muchas buenas personas que, sin saberlo, son utilizadas por otros para este propósito. En este contexto, hay una pregunta recurrente que surge en ocasiones ¿Por qué explorar o estudiar la Luna, Marte u otros planetas y lunas y no utilizar ese dinero para otros temas más necesarios socialmente? Es una pregunta que tiene su lógica y su razón de ser, pero, que, como voy a intentar explicar, esconde una argucia y una trampa demagógica, basada bien en el desconocimiento de la importancia global de la ciencia y la tecnología como un todo, o en la mezquindad de quienes siempre, por distintas razones religiosas o políticas, intentan tergiversar e impedir el progreso cultural de la humanidad. Sí, porque estamos hablando de Cultura con mayúsculas. La Ciencia es Cultura.

Esta pregunta podría hacerse de igual forma en muchos otros contextos, en ocasiones más costosos en proporción que el estudio de Marte o la Luna, referidos a cualquier disciplina ¿Por qué gastar tanto en un acelerador de partículas en lugar de usar el dinero para paliar la pobreza? ¿Por qué gastar millones en campañas oceanográficas con submarinos para estudiar los fondos marinos y oceánicos en lugar de dedicarlos a otros temas más inmediatos? ¿Por qué construir telescopios por todo el mundo en lugar de dedicar el dinero a otras cosas? ¿Por qué financiar la robótica o a la nanotecnología o los nuevos materiales, los satélites, la búsqueda de vida o para saber por qué cambian de color los camaleones o por qué migran las aves? ¿Eso para qué sirve? Y así con todo… De hecho, podríamos seguir preguntando ¿Para qué sirve la Literatura o componer sinfonías o pintar un cuadro o realizar una escultura? Una concepción crematística del conocimiento que choca frontalmente con el impulso del ser humanos de explorar su entorno, desde lo nanoscópico, lo cosmológico o los mundos interiores e imaginarios.

Es difícil intentar sintetizar respuestas a todas estas cuestiones cuando se banaliza, se manipula espuriamente o incluso se desprecia el valor del conocimiento y estas cuestiones se contraponen con temas socialmente importantes y sensibles que a todos nos tocan el corazón. Sin embargo, el conocimiento es un todo indivisible. Las fronteras las ponemos nosotros para estudiarlo y abordarlo en forma de disciplinas (química, física, matemáticas, biología, geología, pintura, música, ingenierías, humanidades) que, aparentemente, son cajas herméticas sin conexión. Pero la realidad de la Naturaleza y el Universo es que no es así, aunque no seamos capaces de percibirlo en nuestro día a día. Hace falta verlo con perspectiva temporal, desde que empezamos a pulir un silex o usar un pigmento natural para pintar en una cueva hasta la actual misión del Perseverance, por poner un ejemplo reciente y extraordinario.

Ese todo del conocimiento está intrínsecamente ligado en todos sus campos a través de la ciencia, la tecnología y cualquier aspecto que se corresponda con la creatividad humana y el deseo de satisfacer nuestra curiosidad y abrir nuestra imaginación, ya sea estableciendo una nueva fórmula matemática o escribiendo un poema. Y el descubrimiento de la supuestamente inútil electricidad o el internet, la energía atómica o un microscopio o la materia oscura o una partícula elemental, un mineral o un telescopio, resulta que tiene una componente fundamental en el progreso de la humanidad. Sin saberlo, los usamos para todo, para el medioambiente, la medicina, las comunicaciones, las vacunas, la monitorización de los recursos y riesgos naturales desde el espacio, para ver un partido de fútbol o para usar un GPS, saber qué tiempo va a hacer o hablar y ver a nuestros familiares a miles de kilómetros de distancia a través del móvil.

Y que conste que no solo estoy referiéndome a la crítica de la componente crematística del conocimiento. Vivimos en un mundo cada más cortoplacista, regido incluso por la duración de un período electoral, que requiere retornos, aplicaciones y respuestas casi inmediatas, pero que no tienen nada que ver con los tiempos que se necesitan para avanzar en el conocimiento hacia el bienestar global.

Por eso, cuando las preguntas se refieren a los costos sin tener en cuenta que financiar el conocimiento no es un gasto sino una inversión, procuro contestar intentando explicar todo esto y utilizar ejemplos contrastables, comparando unas cosas con otras. Si digo que una misión a Marte cuesta como los contratos de dos Messis y un Cristiano Ronaldo o como tres grandes autopistas o como dos grandes superproducciones de Hollywood o explico que un programa de la TV pública nos cuesta casi 600 euros por minuto. Si además explico que en una misión a Marte trabajan cientos de científicos e ingenieros de todas las edades y culturas, con miniaturizaciones de instrumentos que se usan para multitud de aplicaciones directas e indirectas en medicina, control de enfermedades, microcámaras, comunicaciones o medioambiente, con una innovación en cada desarrollo, con formación de jóvenes investigadores y con el desarrollo de patentes y modelos de utilidad que permiten multiplicar por 10 e incluso a veces por 20 lo invertido, entonces las cosas se entienden un poco mejor y nos alejamos de la demagogia que es mala en este como en cualquier otro tema. Apoyemos la Ciencia, la Tecnología y la Educación. No son un gasto sino una inversión. Lo que quiero destacar es, con nuestros defectos y virtudes, la importancia del Conocimiento como Cultura y motor de progreso de la Humanidad.

A través de la ciencia y la tecnología y el conocimiento, la cultura en general, hemos sido capaces de avanzar como especie. Otro tema es el uso que se dé a ese conocimiento. Si usar la electricidad para electrocutar a una persona o para alumbrar en la oscuridad para rescatar a un herido. Si usar la energía atómica para fabricar misiles o en medicina para tratamientos de radioterapia contra el cáncer. Ese es otro debate diferente que, en mi opinión, sí habría que abordar muy seriamente, pero no desvirtuándolo en un ataque sistemático contra la ciencia. Critiquemos su mal uso en guerras y aplicaciones indecentes, pero no permitamos que venza la anticiencia. La Cultura es un todo indivisible que siempre ha sido atacado y vilipendiado por los más intransigentes que han tergiversado su relevancia. No cometamos los mismos errores que en el pasado.


Publicado en 2021 en SciLogs de Investigación y Ciencia


 

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